viernes, 19 de febrero de 2016

Montame una escena: Gabriel.

Buenos días, Es la priemra vez que participo en un taller de este tipo, en el que nos proponen distintas cosas sobre la que escribir, para así después enviarlo, y corregirlo entre todos los que participamos, si os anímais a participar también esta es la página : Literautas, ahí encontraréis en que consiste el taller y sus reglas.


Aquí os dejo mi relato:

Si me hubieran contado lo que me iba a pasar, nunca les creería, o incluso, los hubiera tomado por locos. Todo aquello se escapaba de cualquier lógica que nos imponía la sociedad, creyendo que sólo podía ocurrir en las películas. Sí, así era yo, tan cerrada de mente como cualquier otra persona del planeta, porque estás cosas no pasan nunca, o al menos eso creía yo. Antes de que os cuente mi historia permitidme que me presente; Mi nombre es Amelia Gómez y tengo 17 años.
Todo empezó una noche. Las luces de neón de la ciudad me agobiaban tanto como el ir y venir del tumulto de gente. Echaba de menos la tranquilidad del campo, la brisa en mi cara cada mañana cuando salía a ver el atardecer, todo eso ya se había perdido y ahora me encontraba en una ciudad ruidosa.
Era lo único que llegaba a través de la ventana, ruido, asqueroso e insufrible ruido. De vez en cuando escuchaba la campana de tranvía que circulaba por la calle. La ciudad nunca dormía.
Cerré con fuerza la ventana y me dejé caer sobre la cama. Comencé a dar vueltas en ella, estaba tan frustrada que no era capaz de conciliar el sueño.
Resoplé con tanta fuerza que un pequeño papel que tenía en mi mesilla de noche salió volando, me moví para cogerlo, y al verlo no fui capaz de leer lo que estaba escrito, no porque no supiera leer, sino porque estaba escrito en un idioma que ni siquiera existía. Traté de descifrarlo, aunque mi subconsciente me gritaba que no lo conseguiría, había algo misterioso en aquel trozo de papel y en su escrito, ya lo había visto antes, pero no recordaba donde. Tampoco sabía cómo había llegado hasta mi mesilla.
Intenté quitarle importancia, dejándolo de nuevo donde estaba, dándome la vuelta tratando de dormir.
Muy entrada la noche una fuerte sacudida me despertó, miré a todos lados aturdida, contemplando como todos los muebles de mi habitación se movían de un lado a otro con violencia.
«¿Un terremoto?» Pensé.
Me levanté al escuchar un fuerte ruido del exterior, a la misma vez que una cegadora luz bañaba el cielo haciendo que se volviera de día durante unos segundos.
Salí al pasillo y llamé a mis padres, pero no me respondieron. Avancé con torpeza hasta su habitación, con la intención de que saliéramos de allí, antes de que la casa se nos caería encima.
Cuando entré en el cuarto de mis padres, ninguno de los dos estaba, los volví a llamar, y seguí sin obtener respuesta.
Una explosión me hizo caer al suelo, golpeándome la cabeza contra él, pude notar como la sangre comenzaba a brotar de mi sien, aparté un mechón de mi cabello pelirrojo que tapaba mi visión y traté de incorporarme, pero mi cuerpo no reaccionó.
No entendía nada de lo que me estaba sucediendo, grité el nombre de mi madre, y luego el de mi padre, desesperada, evitando que mis más negros pensamientos me nublaran la poca cordura que me quedaba.
Cuando todo dejó de tambalearse, los sonidos de unos pasos llegaron a mis oídos, y de pronto alguien me estaba cogiendo en brazos, levantándome del suelo. Por unos instantes pensé en la posibilidad de que fuera mi padre, pero lo que descubrí hizo que mi mente se quedara completamente en blanco.
En aquel momento no hubiera sido capaz de deciros si quien me levantaba era humano o no, pero sí sabía deciros que no pertenecía a la tierra; era un chico, unos cuantos años mayor que yo, su aspecto sí era como el de una persona corriente, pero de su espalda, nacían unas enormes alas blancas, y sus ojos eran de color dorado, se cruzaron con los míos, teniendo que apartarlos cuando salí del aturdimiento.
«Estoy soñando, esto es un sueño» pensé cerrando mis ojos con fuerza con la esperanza de que así me despertara.
— No, no estás soñando —Me dijo con una sonrisa—. He venido a por ti.
—¿Qué?
—He venido para llevarte conmigo, te necesitamos Amelia.
—¿Cómo sabes mi nombre? ¿Y quién demonios eres tú?
—Soy Gabriel y sé tu nombre porque te conozco desde hace mucho.
Negué con la cabeza, tratando de pensar con claridad. Vi como Gabriel se arremangaba la camisa, enseñándome, marcadas en su antebrazo, las mismas letras que había encontrado escritas en papel en mi mesita de noche.
No tenía ni la menor idea de que significaba aquello, y menos aún de qué la conocía.

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