miércoles, 27 de julio de 2016

inspiración por imagen: la fiesta del destino.

imagen de faerie magazine


La música recorría todos los rincones del bosque, era alegre e invitaba a bailar hasta al más vergonzoso.
Clarisa era de las muchas jóvenes que se encontraban en aquella fiesta. Los incitados eran  gente de la clase alta, nobles y realeza. Sin duda pretendía ser un lugar mágico, aunque no para ella.
Su vestido era largo, lleno de encajes y bordados que brillaban bajo la luces que colgaban de los árboles. 
Caminaba en dirección a la mesa larga colocada justo en el centro, donde todos los invitados iban y venían para catar los exquisitos manjares que los cocineros de la familia anfitriona habían preparado para la ocasión.
Al llegar, cogió un pastelito de aspecto bastante apetitoso y se lo llevó a la boca.
La crema se deshacía y la textura de aquel pastel le recordaba a los que siempre hacía su difunta abuela cuando se sentía mal y la consolaba.
En ese momento, Clarisa fue consciente de su destino. Miró a su alrededor, viendo a toda esa gente disfrutando de la fiesta, una fiesta en la que se anuciaria en casamiento, el suyo.
Clarisa no amaba a ese hombre, qué le triplicaba la edad, pero tenía que seguir las órdenes de su padre si no quería llevar a su familia a la deshonra. Siempre se había considerado una muchacha educada, refinada, y sobretodo siempre obedecía, pero en aquella ocasión sentía las ganas de revelarse contra todo.
Pudo ver a su prometido, un hombre de pelo canoso y tullido, hablando con un grupo de caballeros bien vestidos acompañados de sus mujeres. Clarisa sintió un escalofrío cuando las miradas se posaron en ella y sonreían. No sabría decir si de verdad se alegraban por ella o sentían lastima.
Su madre la sacó de sus pensamientos, la tomó del brazo y la apartó de la multitud.
—Deberías estar con tu prometido—le regañó—¿Qué haces pululando por todos lados?
—madre, no lo amo—dijo ella con voz quebrada.
—Yo tampoco amaba a tu padre cuando me casé con él, y mira lo bien que estamos ahora—le reprochó.
—No es lo mismo, padre no te saca treinta años.
—¡Te casarás con él!, así tenga que llevarte a rastras yo misma al altar—sentenció su madre con la cara roja de ira—, ¡ve con él ahora mismo!
Clarisa se quedó de piedra, contemplando como su madre se marchaba y se reunía nuevamente con su marido.
Comenzó a llorar desconsoladamente, si su abuela aún viviera, estaba segura de que impediría aquella boda a toda costa.
No, no quiso aceptar ese destino y sin pensárselo por segunda vez, salió corriendo hacia el lado opuesto de la fiesta, internándose más en el bosque sin importarle lo mas mínimo que se perdiera. Preferiría eso que vivir una vida llena de penas y dolor al lado de un hombre al que no amaba y el cual no le haría feliz.

inspiración por imagen: Atravesando la puerta.




Jaime corría hacia la puerta del caserío. Tenía muchas ganas de pasar las vacaciones de verano en aquella gran casa que pertenecía a sus abuelos.
El pequeño niño de cuatro años, subió los escalones  de uno en uno y sin esperar a que nadie lo recibiera traspasó el umbral de la puerta que estaba entre abierta.
El hall eran inmenso, tan grande que el pequeño Jaime se sorprendía a cada paso que daba. Desde su altura, podía ver todos los adornos de los jarrones que adornaban la gran escalera de caracol y también todas las marcas del suelo que con el tiempo se formaron.
Una suave melodía llegó hasta él, reconociendo enseguida que aquella pieza de piano era la favorita de su abuelo, y se dirigió hacia la sala que se abría a su derecha.

El hombre, estaba sentado en un butacón de cuero, escuchando la pieza de música clásica con los ojos cerrados, dejándose llevar por cada una de las notas. Al escuchar a su nieto que lo llamaba emocionado, se levantó y lo abrazó con fuerza.